Cómo el sistema alimentario global está acabando con la biodiversidad


Cargill's Problems With Palm Oil
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Rainforest Action Network

El vínculo entre lo que comemos y la crisis de biodiversidad que enfrenta el planeta es más profundo de lo que la mayoría imagina. Un nuevo estudio publicado en Nature Communications por investigadores del University College London revela que el sistema alimentario global es uno de los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad terrestre, debido tanto al cambio de uso del suelo como a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Esta investigación no solo cuantifica los daños, sino que identifica con precisión qué productos, regiones y patrones de consumo están detrás de esta crisis ecológica.

El estudio liderado por Elizabeth H. Boakes y Tim Newbold señala que cerca del 70% de la pérdida de riqueza local de especies terrestres y el 80% de la pérdida ponderada por rareza se debe al uso agrícola del suelo. Esta transformación de ecosistemas naturales en campos de cultivo y pasturas amenaza directamente a las especies que dependen de esos hábitats.

Las regiones más afectadas se encuentran en los trópicos: Sudeste Asiático, Sudamérica (especialmente Brasil), África Subsahariana e India. En estas zonas, la biodiversidad es particularmente rica y sensible, por lo que la conversión de bosques y sabanas en monocultivos industriales conlleva un daño desproporcionado.

Aunque en menor medida, las emisiones de gases como CO₂, CH₄ (metano) y N₂O (óxidos de nitrógeno) contribuyen también de forma importante a la pérdida de biodiversidad. Según los modelos del estudio, las emisiones vinculadas a la producción y consumo de alimentos representan entre el 21% y el 37% del total global, y son responsables del 30% de la pérdida local de especies y del 20% de la pérdida ponderada por rareza.

Estos efectos son especialmente graves para las especies endémicas de áreas tropicales, ya que tienen rangos de distribución más pequeños y menor capacidad de adaptación al cambio climático.

Uno de los hallazgos más preocupantes es la desconexión entre el consumo y el impacto ambiental. El estudio muestra que los países de altos ingresos —como Estados Unidos, Canadá y las naciones de Europa occidental— son responsables de una gran parte de la huella global de biodiversidad, aunque los efectos reales ocurren en países productores, como Brasil, Indonesia y varios países africanos.

Esto se debe al comercio internacional de alimentos: productos como carne de vacuno, lácteos, aceite de palma, soja y arroz se cultivan o crían en regiones tropicales y se exportan para satisfacer la demanda de los mercados más ricos. Por ejemplo, la carne de vacuno tiene la huella de biodiversidad más alta por unidad de consumo, tanto por uso de suelo como por emisiones de metano.

Para llegar a estas conclusiones, el equipo de investigación empleó una combinación de modelos de insumo-producto multirregionales (EEMRIO) basados en la base de datos EXIOBASE, junto con modelos de sensibilidad ecológica regionales (PREDICTS) y mapas de distribución de especies vertebradas de fuentes como IUCN y BirdLife.

Esta metodología permitió comparar, con una métrica uniforme, el impacto del cambio de uso del suelo y el cambio climático sobre la biodiversidad terrestre, algo que pocos estudios habían logrado hasta ahora. Además, el uso del Potencial de Calentamiento Global a 20 años (GTP) permitió capturar mejor el efecto a corto plazo de emisiones como el metano, especialmente relevante en la producción de arroz y ganadería.

Los resultados de este estudio tienen implicaciones directas para la toma de decisiones en materia de sostenibilidad. Gobiernos, empresas y consumidores pueden usar esta información para reducir el impacto del sistema alimentario. Desde la reformulación de políticas comerciales y de importación, hasta incentivos para dietas más sostenibles o cadenas de suministro libres de deforestación, las oportunidades de cambio son claras.

Además, el marco analítico del estudio puede aplicarse para modelar escenarios futuros —como una transición hacia dietas basadas en plantas— y prever su efecto en la biodiversidad, facilitando así políticas alimentarias más responsables.

Tal como concluyen los autores, “la comprensión clara de los impactos ocultos en nuestras cadenas alimentarias puede empoderar tanto a los responsables políticos como a los consumidores para adoptar decisiones más sostenibles”.

Reducir el impacto del sistema alimentario global en la biodiversidad no es una tarea sencilla, pero es urgente y posible. Este estudio proporciona una base sólida para entender cómo nuestras elecciones alimentarias afectan directamente la salud del planeta y qué medidas pueden tomarse para revertir esta tendencia.

El futuro de millones de especies —y del equilibrio de los ecosistemas de los que dependemos— puede depender de algo tan cotidiano como lo que ponemos en nuestros platos. Informarse es el primer paso para cambiar.


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Referencia: Boakes, E. H., Dalin, C., Etard, A., & Newbold, T. (2024). Impacts of the global food system on terrestrial biodiversity from land use and climate change. Nature Communications, 15(1), 5750. https://doi.org/10.1038/s41467-024-49999-z

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