La crisis climática ha puesto a los bosques en el centro de la conversación global sobre mitigación. Durante años, la atención se ha enfocado en la reforestación con nuevas plantaciones o en la protección de bosques primarios. Sin embargo, un nuevo estudio publicado en Nature Climate Change (Robinson et al., 2025) revela que los bosques secundarios jóvenes —aquellos que se regeneran de manera natural tras procesos de deforestación o abandono agrícola— son auténticos sumideros de carbono cuando alcanzan entre 20 y 40 años de edad. Su conservación podría representar una de las estrategias más efectivas y costo-eficientes para remover dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera.
Este hallazgo replantea la manera en que gobiernos, organizaciones y comunidades deberían priorizar las inversiones climáticas. Más que plantar árboles desde cero, la clave puede estar en proteger la “adolescencia” de los bosques ya regenerados.
La regeneración natural de los bosques secundarios es reconocida como una vía escalable y asequible para remover CO₂. No obstante, la capacidad de captura de carbono no es uniforme: depende de la edad del bosque, su ubicación geográfica y la historia de uso del suelo. El desafío, entonces, es determinar en qué etapas y en qué regiones los bosques secundarios ofrecen el mayor potencial de absorción de carbono.
El estudio liderado por científicos de The Nature Conservancy, el World Resources Institute y universidades internacionales responde a esta pregunta, generando criterios y mapas que permiten orientar políticas y financiamiento hacia las zonas de mayor impacto climático.
Para estimar el potencial de remoción, los investigadores integraron inventarios forestales, series temporales de biomasa y productos satelitales. Con esta información, construyeron modelos estadísticos que relacionan la edad de los bosques secundarios con la tasa anual de captura de carbono por hectárea.
El análisis consideró variables como el tipo de bosque, el clima, la degradación previa y las características del suelo. De este modo, fue posible extrapolar patrones observados localmente hacia mapas globales que identifican “puntos calientes” de alta captura de carbono.
Aunque los autores reconocen limitaciones —como la heterogeneidad de los datos y la incertidumbre frente a disturbios futuros (incendios, sequías o deforestación)—, el estudio ofrece la evaluación más detallada hasta la fecha sobre el papel de los bosques secundarios jóvenes en la mitigación climática.
El resultado más relevante es claro: los bosques secundarios jóvenes, especialmente entre 20 y 40 años, muestran las tasas más altas de captura neta de carbono. En esta fase, el crecimiento de la biomasa supera ampliamente las pérdidas por mortalidad, generando un balance positivo que puede llegar a ser varias veces mayor que en rodales recién regenerados o en bosques maduros.
En promedio global, estos bosques pueden remover varias toneladas adicionales de carbono por hectárea cada año en comparación con etapas iniciales. La magnitud exacta varía según la región: en zonas tropicales y templadas, el rango óptimo suele coincidir con la “adolescencia” forestal, mientras que en suelos pobres o latitudes frías los picos pueden desplazarse ligeramente.
El estudio también advierte que no toda regeneración es igual: factores como la degradación previa, las condiciones edáficas y el contexto climático determinan la productividad de cada rodal. De ahí la importancia de contar con mapas de priorización espacial.
El mensaje es contundente: proteger bosques secundarios jóvenes es una inversión climática eficiente. Para los programas de pagos por servicios ecosistémicos, los mercados de carbono o los planes nacionales de restauración, esto significa incorporar la variable de edad del rodal como criterio clave.
En lugar de destinar grandes recursos únicamente a nuevas plantaciones, los gobiernos y financiadores podrían lograr mayores beneficios de carbono al priorizar la protección de bosques en su fase más productiva. Esta estrategia, además, es más rápida y menos costosa, siempre que se garantice la gobernanza local y el respeto a los derechos territoriales.
En América Latina, y particularmente en la Amazonía, la relevancia es aún mayor: existen vastas áreas en proceso de regeneración natural. Su protección en la edad óptima podría acelerar la mitigación climática a bajo costo, mientras se fortalecen medios de vida locales a través de esquemas de compensación justa.
Los bosques secundarios jóvenes no solo son un recurso natural en transición: son una de las herramientas más potentes para enfrentar la crisis climática. El reto está en integrarlos en las estrategias de mitigación de manera inteligente, equitativa y basada en evidencia científica.
Como concluyen los autores, priorizar la protección de estos bosques en su fase más activa de captura de carbono puede marcar una diferencia decisiva en la lucha contra el calentamiento global. La pregunta ya no es si debemos protegerlos, sino cómo hacerlo de forma estratégica y sostenible.
Gobiernos, instituciones financieras y comunidades tienen en sus manos una oportunidad única: reconocer el valor de los bosques secundarios jóvenes y asegurar que su “adolescencia verde” se convierta en un legado climático duradero.
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ClimaReferencia: Robinson, N., Drever, C. R., Gibbs, D. A., Lister, K., Esquivel-Muelbert, A., Heinrich, V., Ciais, P., Silva-Junior, C. H. L., Liu, Z., Pugh, T. A. M., Saatchi, S., Xu, Y., & Cook-Patton, S. C. (2025). Protect young secondary forests for optimum carbon removal. Nature Climate Change. https://doi.org/10.1038/s41558-025-02355-5